El domingo por la tarde salimos finalmente con dirección a Manila. En el avión escucho el tagalo, no entiendo nada, pero entremedias aparecen multitud de palabras en inglés y en español. Precisamente lo primero que me llama la atención al llegar a Manila es que todos los carteles están en inglés así como toda la publicidad. De hecho el 90% de los filipinos con los que intercambie alguna palabra hablaban inglés a la perfección y en una librería en la que entré en el centro de la ciudad costaba encontrar libros en tagalo.
'Hola' se dice 'como estas'. Eso explica el comentario de Esteban en Lanyu que nos contó que la gente de la isla entendía cuando les decías '¿cómo estas?' pero no sabían contestarte.
Al llegar buscamos alojamiento en el barrio de Malate. Si Bangkok y Taipei tenían múltiples elementos en común, Manila a penas se les parece.
La ciudad es un auténtico caos. Los vehículos pitan sin cesar por la calzada y por las aceras niños pequeños se acercan mendigando a cualquiera con cara de extranjero. Los jeepneys, la reutilización tuneada de los jeeps que los americanos dejaron tras de sí después de la guerra mundial, cumplen la función de los autobuses y contribuyen con sus pitidos a la melodía de la ciudad.
En un 7-eleven compramos unas cervezas, la cerveza local es...San Miguel, en botella 19 pesos (unos 30 céntimos). En el siguiente que encontramos paramos de nuevo para una segunda ronda. Acostumbrado a Taiwan, llevo mi botella conmigo. Repostamos y le dejo la botella vacía en el mostrador tras haber comprado una nueva. El dependiente me mira con cara de: ¿que quieres que haga con la botella, beberme tus babas? Tras mirar a la calle yo la interpreto como: Tira la botella donde te salga pero no es mi problema.
Manila, la capital de Filipinas se encuentra en el centro de la isla de Luzón, la mayor de las islas que componen el archipiélago filipino (más de 7000 islas). El domingo nos dirigimos hacia el sur. El plan es visitar el volcán de Taal y continuar hasta el sur para cruzar a Puerto Galera en la isla de Mindoro.
El domingo por la mañana conseguimos contratar un taxi para que nos haga el recorrido y nos vaya esperando en las distintas paradas. Finalmente nos cobra 3500 pesos y estará con nosotros desde las 11 de la mañana hasta las 8 de la tarde.
En la salida de la ciudad vemos varios suburbios, las condiciones de algunos de ellos son verdaderamente miserables. Al pasar por alguno de ellos el conductor me indica que tenga cuidado con la cámara al bajar la ventanilla.
En la carretera en un letrero en inglés se lee: “no escribas mensajes de texto mientras conduce”. Yo pienso: ¿quien narices escribirá sms mientras conduce? Mi pregunta obtiene una rápida respuesta. El conductor de mi taxi.
Nuestro primer destino es ... para visitar el volcán de Taal. Se trata en realidad de una cadena de volcanes, varios de ellos en activo, situado en el interior de un lago. Una barca nos cruza hasta la isla de los volcanes (el conducto aprovecha y se viene con nosotros) y allí iniciamos la ascensión a uno de los cráteres. En la orilla hay un pequeño pueblecito, donde nos ofrecen la posibilidad de subir en un caballo famélico (y eso que allí hay forraje para aburrir), pero preferimos hacerlo a pie.
Con el sol apretando ascendemos hasta el crater por los caminos en la ladera del volcán que la lava ardiendo ha dibujado. En el interior del crater hay un lago de agua hirviendo, que constituye un lago en el interior de otro lago. Las paredes interiores escupen humo. Un coco recién abierto nos sirve de refresco.
Al otro lado del lago se encuentra la ciudad de Taal, le pedimos a nuestro conductor que nos lleve allí. Rodeamos el lago por una carretera municipal, que atraviesa pequeños pueblecitos en medio de la selva de palmeras. Las carreteras están llenas de triciclos, una moto al que le han puesto un armazón que lo convierte en un sidecar para el transporte de viajeros.
Al llegar a Taal esta a punto de amanecer damos una vuelta por el centro y atravesamos un mercado donde aún quedan algunos pescados sin vender posados directamente sobre el mostrador y algo de adobo.
Nuestro destino final es el puerto de Batangas desde donde salen los barcos hacia la isla vecina. Al llegar es demasiado tarde para cruzar así que hacemos noche en una pensión del puerto.
A la mañana siguiente cruzamos a Puerto Galera con destino a la white beach. Aguas turquesa y bosques de cocoteros nos reciben. Se trata de una zona turística que ahora en temporada baja está medio desierta. Aún así no falta gente que nos acose tratando de vendernos todo tipo de excursiones o quincalla.
Tras la comida y un par de horas en la playa, tratamos de buscar una scooter para dar un paseo por la zona (soy culo de mal asiento). Preguntamos en un chiringuito, la mujer pregunta al de la tienda de al lado y este a su primo. A los 5 minutos un tipo nos ofrece su moto, tras el regateo de costumbre consigo un vehículo a buen precio sin luces. El dueño me pide que no atraviese el centro de Puerto Galera, para evitar el control policial. Le indico que tengo todos los papeles en regla (en realidad el permiso de conducir internacional no lo tengo validado en Filipinas, pero eso no debería ser un problema) al final parece ser que tiene alguna multilla pendiente.
Nos dirigimos a recorrer el norte de Mindoro Oriental, desde Puerto Galera hasta poco más allá de San Teodoro. La carretera se convierte en camino poco más allá de Puerto Galera, asciende por la montaña cubierta de selva tropical y ofrece unas vistas increíbles de la bahía. Por el camino atravesamos pequeñas poblaciones rurales. La gente saluda y sonríe al vernos pasar y en cuanto te detienes a comprar agua o algo para comer te ayudan con cuanto pueden sin agobiarte pretendiendo venderte nada. En cada rincón la gente habla inglés o al menos lo chapurrea o te entiende gracias a los gestos que acompañan las palabras y hace lo posible por comunicarse. Tal vez la gente sea más pobre por esta zona que en la ciudad, pero no hay tanta miseria.
Un par de bellas cascadas, jeepneys, autobuses con escolares hasta en el techo, cocoteros y sonrisas nos acompañan en el pequeño viaje.
Cena y cerveza en la playa y al día siguiente de vuelta a Manila dejando atrás el paraíso. Esta vez cogemos un autobús desde Batangas. Los asientos son para espaldas estrechas y los amortiguadores gastados convierten al autobús en una montaña rusa. El bus hace paradas para que suban vendedores que ofrecen cacahuetes, bebidas, empanadillas, dulces, etc. Lo mismo a la entrada de Manila. El tráfico hace que la entrada en Manila se haga eterna.
Nos reunimos todo el grupo en Manila y nos acercamos a visitar Intramuros. Es algo parecido al casco antiguo de la ciudad. Una pequeña ciudad dentro de otra. Al entrar te aislas de los pitidos de la ciudad. Edificios de arquitectura colonial vestigio del paso español por la ciudad. Un paseo por allí visita a la catedral y a otra cosa.
La última tarde la pasamos por los barrios de Malate y la Ermita, entrando en algún Mall, comiendo algo en la calles y paseando sin rumbo fijo.
La comida filipina (la que tengo oportunidad de probar) no resulta especialmente exótica y la influencia española se deja notar. Los platos más comunes son el adobo, la caldereta y diversos pescados, generalmente fritos. Un plato que me gustó fue el sisig, trocitos de carne de cerdo, oreja y en algunos casos higado. Entre los dulces destaca una especie de torta de cacahuetes que venden por todos lados. Los batidos son deliciosos, me encanto el de mango y me quede sin probar el de aguacate.
El día 13 de Agosto cumplo 32 años. A las 7 de la mañana vuelo desde Manila hasta Taipei. Del aeropuerto directamente a la universidad donde tengo la última sesión del english colloquium. Por la noche una cena con amigos en mi barrio, Shipai.
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