El viaje de poco más una hora merece la pena y te aleja del ruido y el agobio de la ciudad.
El paseo finaliza en el Wat Arun o templo de la aurora.
El más alto de los templos de la ciudad sigue el estilo camboyano y está decorado en su totalidad con porcelanas chinas, restos de tazas y platos. Desde su torre central se tiene una vista privilegiada de la ciudad.
Junto al templo cogemos un barco de línea que nos cruza el río para llegar al templo más antiguo de la ciudad, el Wat Po. En su interior un buda de 46 metros de largo y 15 de alto y el lugar donde está la escuela que preserva una antigua tradición: el masaje tailandes. ¿Qué mejor sitio para probarlo? Se trata de un masaje basado en presiones, estiramientos y manipulaciones leves, que el masajista realiza con un marcado vaiven de todo su cuerpo de forma totalmente rítmica. Genial.
Por la noche a Chinatown. Un barrio de emigrantes chinos lleno de restaurantes...chinos. Viviendo en Taiwan carece de sentido cenar aquí. En su corazón se encuentra el mercado de Chinatown. Miles de personas y puestos donde se venden griferías, ropa, telefonos moviles, relojes con calculadora y un millón de trastos inútiles. La marea de gente te arrastra y comparativamente convierte una visita al Rastro un domingo por la mañana en un agradable paseo por el campo.
El domingo tenemos la excursión a Kanchanaburi. A las 7 de la mañana se supone que pasan a recogernos... 7:15 y no aparece nadie.
Finalmente vienen a recogernos con casi una hora de retraso, nos despedimos agradecidos de nuestros amigos y ponemos rumbo a Kanchanaburi. El vehículo parece un minibus pero en realidad es un cohete de competición conducido por la versión tailandesa de Fernando Alonso. 160 por la carretera y adelantamientos con otros coches viniendo de frente que se apartan al arcén. No sabía que la excursión incluía deportes de riesgo.
La primera parada es en el tristemente famoso puente sobre río Kwait (Khwae).
De ahí nos llevan a dar un paseo en elefante por la jungla. Los elefantes en Tailandia han sido empleados siempre como animal de transporte y en trabajos de campo, aún así no puedo evitar pensar que su lugar está en la libertad de la selva.
Un corto viaje en canoa de bambú por el río y una visita express a las cascadas de Sai Yok Noi con el tiempo justo de darnos un chapuzón (la próxima vez que alguien me recuerde que odio las excursiones organizadas).
Estresados nos dirijimos a la última parada: el templo de los tigres. Se trata de una reserva para animales levantado por un grupo de monjes budistas, y que incluye una treintena de tigres. El primero llego allí tras quedar huerfano al nacer y la mayoría han nacido en el templo así que no pueden sobrevivir en la selva y contribuyen a que los monjes puedan tener una vida libre de preocupaciones económicas.
Para la cena se nos hace tarde, nos dejamos guiar por un tuctuquero y no falla...clavada al canto.
El lunes visitamos la ciudad sagrada de Ayutthaya, situada a 90 km. de Bangkok y a algo más de una hora y media en tren. Un tren decente a la ida y otro que se cae a trozos a la vuelta.
Ayutthaya fundada en 1350 y fué la capital de Siam hasta que cayo en manos de Birmania en el siglo XVIII y ésta se translado a Bangkok. Dicen que erá una de las grandes maravillas de Asia y las ruinas de la ciudad expoliada dan fé de ello. El sol aplastante nos derrite el cerebro y un tuc tuc nos va llevando de templo en templo. Una visita que sin dudarlo merece la pena.
Para la cena regresamos a Patpong al pequeño restaurante en que estuvimos y disfrutamos un delicioso buey de mar al curry amarillo para chuparse los dedos.
El martes ponemos fin a nuestra estancia en Tailandia con un paseo por el barrio y el mercado de Kaoshan para gastar los últimos baths que nos quedan y al medio dia vuelta a Taiwan.
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